Naciones Unidas

Raúl Prebisch y los desafíos del Siglo XXI

Las raíces argentinas

Raúl Prebisch fue gran impulsor en el ámbito internacional de la teoría, la política y el fortalecimiento del desarrollo en el siglo XX; pero tal logro no podría haberse previsto a juzgar por sus primeros años en Argentina. Nacido en 1901 y criado en la provincia de Tucumán, ciudad del extremo noroeste del país, creció lejos del rutilante centro del país, Buenos Aires.

De clase media y extracción mixta – su padre, Albin Prebisch, era un inmigrante alemán dueño de un pequeño negocio y su madre, Rosa Linares Uriburu, de raigambre colonial pero económicamente venida a menos – pertenecía a una familia que carecía de la fortuna y del ascendiente de la clase social. La escuela más próxima para estudiar economía era la nueva y pujante Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires; no había dinero para que estudiara en el extranjero.

Sin embargo, la clave para comprender el “Prebisch esencial” debe buscarse en sus años formativos en Tucumán, que determinaron su vocación y moldearon irrevocablemente su idealismo y su búsqueda de la justicia. 

Cédula de Identidad de Prebisch

Sus padres y los jesuitas prepararon a Raúl y sus siete talentosos hermanos para salir adelante y ponerse a la vanguardia, para formar parte de la “generación dorada” que tenía el privilegio de vivir en una tierra tan generosa y tomar las riendas de su futuro. Pero la propia Tucumán era un caso típico de exclusión social: a Prebisch le escandalizaron las condiciones de vida de los trabajadores indios migrantes y sus familias que laboraban en las grandes plantaciones azucareras de su provincia mientras que el ingreso per capita de los argentinos ricos podía compararse con el de los Estados Unidos. 

Su opción por la carrera de economía fue un reflejo de su entrega a la reforma social y ese temprano compromiso ético con la equidad se convirtió en un imperativo que lo acompañaría toda su vida.

En abril de 1918 Prebisch abandonó su provincia natal de la periferia argentina y se dirigió a Buenos Aires para iniciar sus estudios universitarios. El ambiente político de la capital era estimulante. La llegada de intelectuales, artistas y exiliados políticos de diversas clases venidos de Europa y las Américas convertían a la ciudad en punto de encuentro de ideas y de debate. Las calles eran escenario de violentos disturbios ocasionados por las turbulencias económicas de la posguerra y estimulados por la reacción a la revolución rusa. El momento no habría podido ser mejor para que don Raúl comenzara a tomar contacto con la economía argentina y a interesarse por el lugar que le correspondía al país en este nuevo sistema internacional emergente.

Sin embargo, la nueva Facultad de Ciencias Económicas lo decepcionó. “Estudié por mi cuenta porque no encontré quien me orientara” diría más tarde, subrayando sus “deficiencias” y su “mediocridad”, en que profesores anglófilos se entregaban demasiado dócilmente a los clásicos ingleses en vez de orientar los trabajos en forma disciplianda o realizar investigación aplicada seria sobre la economía argentina.

Pero Prebisch también se encontró con intelectuales de peso tanto dentro como fuera de la Facultad que influyeron en él y ampliaron su formación – Augusto y Alejandro Bunge y los profesores Luis Roque Gondra y Mauricio Nierenstein, que le introdujeron al pensamiento de teorizadores continentales como Wilfredo Pareto, Enrico Barone, Maffeo Pantaleoni y Hugo Broggi. Traducir la tesis de doctorado de John Williams sobre el comercio internacional argentino aumentó su interés por los trabajos de Frank W. Taussig en la Universidad de Harvard y otros economistas estadounidenses. En definitiva, fue más que nada un autodidacta, pero a falta de seminarios sobre la política pública argentina, Raúl organizó grupos de investigación con estudiantes igualmente empeñosos que él, como Ernesto Malaccorto, que pasarían a ser miembros permanentes de un nuevo “equipo Prebisch”. 

Prebisch inició sus escritos especializados en 1919 con prosa elegante y excepcional proyección analítica. En 1921, las conclusiones de sus investigaciones sobre la historia económica de Argentina pusieron en tela de juicio las enseñanzas de economistas reconocidos – al demostrar, por ejemplo, que la experiencia argentina en materia de ciclos económicos era diferente de aquella de los países desarrollados de Europa y al utilizar por primera vez los términos “centro” y “periferia”.

Al titularse en 1922 se había convertido en el alumno más destacado de su generación y en valioso miembro académico de la Facultad, donde tres años más tarde recibió su titularidad. Sin embargo, no realizó estudios de posgrado y al elegir carrera puso sus ojos más allá de la labor académica. Desde el punto de vista político era contrario al comunismo y rechazaba el modelo soviético tanto por razones económicas como políticas; tampoco se afilió al partido socialista, que lo había atraído cuando llegó a la capital – ni a otro partido. En cambio, se inclinó por la opción tecnocrática de reforma desde adentro – ingresando a la administración pública argentina con el propósito de modernizar el Estado y la política pública de su país. Su opción profesional llevó a Prebisch a aceptar una serie de empleos que lo prepararon para asumir cargos superiores. Prolongadas misiones en Australia, Canadá, Europa y Washington le permitieron conocer el lugar e influencia de Argentina en el sistema internacional. Complementó su experiencia en el extranjero con nombramientos en Argentina: dos trabajos de investigación en la Sociedad Rural Argentina (SRA) sobre el importante sector agrícola;  la dirección de la oficina nacional de estadísticas y, lo que es más importante, la apertura de una oficina de investigaciones en el respetado Banco de la Nación, que publicaba su propia Revista Económica.

Esta apareció por primera vez el 1 de enero de 1928 cuando las turbulencias de la economía internacional iban en aumento y le proporcionó a Prebisch un público nacional. Dos años después, cuando tenía 29 años, fue nombrado viceministro de finanzas del nuevo gobierno militar del General José Félix Uriburu, que asumió el poder en un golpe incruento el 6 de septiembre de 1930. Prebisch se vio ante un reto formidable. Argentina había caído en las garras de la Gran Depresión, el comercio internacional se había derrumbado y el país enfrentaba el desastre y el desempleo masivo. En los años veinte, en el período de resurgimiento económico de la posguerra había compartido la general tendencia liberal de los principales economistas; no es de extrañar entonces que su primera reacción a la crisis fuese ortodoxa. Al caer estrepitosamente el comercio y los ingresos tributarios, se hacía inminente una profunda crisis presupuestaria; Prebisch la atacó con un conjunto de duras medidas de ajuste, recortando las remuneraciones del sector público y reduciendo radicalmente el gasto público. Sin embargo, la realidad de la Gran Depresión obligaba a realizar cambios fundamentales: dado el alcance sin precedentes de la crisis el imperativo liberal contrario a la intervención estatal en la economía del sector privado se hizo francamente insostenible.

El gobierno era el único que podía encabezar una respuesta y Prebisch abandonó su antigua ortodoxia liberal en pro del libre comercio y para estabilizar la economía pasó a defender la intervención del Estado en el comercio y la política monetaria y tributaria.

En la reunión de la Comisión preparatoria de la Conferencia Económica Internacional que tuvo lugar en Londres en 1933, al conocer por primera vez “los medios para lograr la prosperidad”, de John Maynard Keynes, Prebisch aprendió una nueva lección sobre la realidad económica. Mientras que antes había aceptado la doctrina liberal de las ventajas comparativas de la teoría sobre el comercio internacional, ahora se percató de que en la práctica ella era inaplicable.

Las grandes potencias industriales pasaban totalmente por alto a las necesidades de los países agrícolas y en sus relaciones con Gran Bretaña una Argentina aislada y vulnerable se vio obligada a aceptar una humillante posición subordinada.

La enseñanza era suficientemente clara: Argentina solo contaba con ella misma y para sobrevivir tendría que defender sus propios intereses.

Según Prebisch “la moneda del comercio internacional es el poder”. Luego se aplicó un Plan de Reactivación de la Economía Nacional y se iniciaron las gestiones para crear un banco central. El Banco Central de la Republica Argentina (BCRA), creado un año después,  en 1935,  fue la solución concebida por Prebisch para hacer frente a la inestabilidad de la economía nacional tras el inicio de la Gran Depresión, en 1929. Como Director General comenzó por sanear el sistema bancario. Pese a las prologadas turbulencias políticas de Buenos Aires, su estatuto de carácter público-privado le daba al banco suficiente autonomía para cumplir una función reguladora y orientadora fundamental, mientras que en el plano externo aplicaba una política anticíclica destinada a mitigar el ciclo económico internacional y supervisar la aplicación de una política prudente pero deliberada de industrialización mediante la substitución de importaciones.

En 1939, el Banco era reconocido internacionalmente como una de las principales instituciones bancarias del mundo. Aunque en el extranjero Prebisch considerado como el economista más destacado de América Latina, al mismo tiempo

era el sabio excepcional nacido para conducir y tomar decisiones, y dotado de enorme capacidad de trabajo. Los jóvenes economistas de sus días de universidad que habían participado en sus grupos de investigación lo habían seguido al Banco de la Nación, el ministerio de hacienda y ahora al banco central, constituyendo una elite administrativa que en la capital fue conocida como el “grupo de expertos” de Prebisch.

Su trayectoria en la gestión de la economía fue ejemplar; la industrialización se abría paso, Argentina no cayó en mora en el pago de su deuda y mantenía estrechas relaciones con la Reserva Federal de los Estados Unidos y el Banco de Inglaterra.

Cuando estalló la guerra en Europa en septiembre de 1939 y su mercado se cerró a los bienes sudamericanos, Prebisch inició negociaciones con Brasil, Uruguay y Paraguay para crear una zona regional de libre comercio. Durante los tres meses que estuvo en Washington, entre el 8 de noviembre de 1940 y el 15 de febrero de 1941, las relaciones con los Estados Unidos se fortalecieron, pero el 7 de diciembre de 1941, después de Pearl Harbor, la diplomacia bélica redujo abruptamente esta prometedora apertura y sumió a Prebisch en un período de renovadas tensiones entre el banco central y el gobierno argentino.

No obstante sus manifiestos éxitos en materia de gestión económica, en Buenos Aires Prebisch se vio cada vez más aislado debido a sus puntos de vista pro-aliados y a su defensa de la autonomía del banco central, y el 27 de octubre de 1943, seis meses después de que asumió el nuevo gobierno militar en junio de ese año, fue despedido.

El Manifiesto Prebisch

Para Prebisch, el hecho de haber sido despedido de su querido banco central fue un aplastante golpe personal y financiero. Aunque lo sometieron a vigilancia no fue detenido, pero lo exoneraron del sector público sin pago de indemnización y para poder seguir pagando su hipoteca debió vender su automóvil y dar en alquiler su casa. Cuando Juan Perón consolidó su poder en el país, incluso se puso en

entredicho su calidad de profesor titular de la Facultad de Ciencias Económicas y debió complementar sus ingresos como profesor universitario con trabajos externos, perspectivas que en una capital políticamente hostil eran escasas. Casado en 1932, Raúl y Adelita Moll se trasladaron a una modesta vivienda dentro de la “casita de campo” de un amigo, cerca de San Isidro. Pero a comienzos de diciembre de 1943, recibió una invitación sorprendente del Banco de México para que viajara a Ciudad de México en enero y dirigiera un seminario de tres meses sobre política bancaria y monetaria. La propuesta se produjo en un momento crítico: este nuevo e inesperado “viaje a América Latina” resultaría ser decisivo para su vida y su trabajo.

Hasta que fue despedido, Prebisch había conocido la región desde la perspectiva de los intereses nacionales y geopolíticos de Argentina, en especial el triángulo diplomático que había surgido entre Argentina Brasil y Chile junto con los Estados más pequeños de Uruguay, Paraguay y Bolivia. Antes de octubre de 1943 Prebisch sabía poco más de América Latina más allá de este grupo de países con los cuales los vínculos comerciales eran mínimos.

Desde el punto de vista cultural Buenos Aires era una metrópoli cosmopolita, pero dentro del orden económico internacional el punto de referencia de Argentina se

encontraba fuera de América Latina, en el Reino Unido, los Estados Unidos y Europa, o al menos en grandes países agrícolas como Canadá y Australia. Mientras que el estallido de la guerra en septiembre de 1939 había obligado a Argentina a reconsiderar su política hacia Brasil y los Estados Unidos, el concepto de “América Latina” no pasaba de ser una expresión geográfica reiterada solemnemente en las conferencias panamericanas. La experiencia de Prebisch en México en 1944 puso en entredicho esta perspectiva. Quedó asombrado por la cultura y la riqueza de México y los numerosos contrastes con Argentina, pero también por la posible convergencia de intereses en el nuevo mundo de la posguerra. Conoció a una generación nueva de mexicanos e hizo grandes amistades. Pero el viaje a México tuvo consecuencias mucho más importantes y retrospectivamente demostraría haber sido una pieza fundamental para su posterior carrera internacional. Prebisch no solo fue invitado a prestar asistencia técnica a otros gobiernos latinoamericanos, desde Venezuela a Chile, sino que la Reserva Federal de los Estados Unidos también renovó las relaciones que había mantenido con él en sus años del banco central. Robert Triffin, jefe de la Sección para América Latina, que era coordinador de misiones de asesoramiento como “médico monetario” a los bancos centrales de la región lo invitó a que trabajara con él en

Cuba, la República Dominicana, Guatemala y Paraguay.

Triffin destacó su “deuda con el Dr. Raúl Prebisch por su trabajo innovador” y a medida que se difundió su prestigio en la región prosperaron otros vínculos. Los economistas brasileños Otávio Bulhoés y Eugenio Gudin intercambiaron correspondencia con él sobre temas bancarios y lo invitaron a Rio de Janeiro. En 1948 el gobierno de Venezuela lo invitó a Caracas para que realizara una importante misión de asistencia técnica en materia de política bancaria. No solo trabajó con los gobiernos de toda la región para familiarizarse con su complejidad, culturas y grados de desarrollo sino que se reunió con los líderes de una talentosa generación nueva de economistas jóvenes cuya visión abarcaba toda América Latina y con quienes trabajaría más adelante.

Los trabajos de consultoría sobre política monetaria y bancaria realizados por Prebisch servían para que pagara sus gastos, pero a partir de 1943 su principal tarea había sido completar una importante obra sobre teoría económica basada en su experiencia anterior en el gobierno. Si bien es cierto que ya hacía tiempo había abandonado la ortodoxia liberal de los años 1920 aún no había logrado formular una teoría alternativa coherente sobre el comercio y las relaciones económicas entre los países industrializados y los países agrícolas.

Pero las piezas del rompecabezas se estaban calzando: después de su viaje a México Prebisch comenzó a desarrollar el concepto “centro-periferia” de la economía internacional y en 1947 finalizó un libro en que interpretó la doctrina de Keynes para los lectores latinoamericanos. Ambos pensadores compartían criterios clave; ambos confiaban en se podría aumentar el empleo y la igualdad aplicando una política estatal más activa, pero al mismo tiempo discrepaban en un aspecto decisivo. Mientras que Keynes centraba principalmente la atención en el bienestar de las economías desarrolladas, el enfoque de Prebisch abarcaba el sistema global y criticaba el hecho de que Keynes no se hubiese preocupado de la distancia que separa a los países desarrollados de los países en desarrollo, cuyas economías eran intrínsecamente vulnerables. También observó “la baja persistente de los precios internacionales de nuestras exportaciones” y propugnó que en Argentina se aplicara una política de “desarrollo hacia adentro”.

Sin embargo, su libro quedó inconcluso cuando en noviembre de 1948 el gobierno de Perón lo obligó a renunciar a su cargo en la Facultad. Sin posibilidades de encontrar trabajo en Buenos Aires, enfrentó el dolor del exilio y aceptó el ofrecimiento de un alto cargo en el Fondo Monetario Internacional (FMI),

en Washington. En enero de 1949, cuando se dejó sin efecto este ofrecimiento, sus perspectivas se redujeron a una consultoría de corto plazo en la recién creada Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina (CEPAL) en Santiago de Chile. Su compromiso era escribir la introducción del primer Estudio Económico de América Latina que la organización presentaría en su segundo período de sesiones, programado para junio de 1949 en La Habana.

El documento elaborado por Prebisch y presentado en La Habana, El desarrollo económico de América Latina y algunos de sus principales problemas, sería su aporte teórico más perdurable.

En él daba a conocer su concepto de la existencia de una fisura estructural en la economía internacional debido a la cual la “periferia” de América Latina se vinculaba con las potencias industrializadas debido a sus recursos naturales, pero lo hacía en una posición subordinada que beneficiaba fundamentalmente los intereses del “centro”. El Manifiesto de La Habana, como se lo conoció posteriormente, planteaba un paradigma alternativo del sistema internacional: combinando la teoría de los ciclos económicos con lo que se conoció como tesis Prebisch-Singer sobre la relación de intercambio, impugnaba el enfoque tradicional sobre las ventajas comparativas del comercio internacional, y sostenía que la división del trabajo existente entre los países que exportan productos básicos y los que exportan bienes manufacturados concentraba los frutos del progreso técnico en los países industrializados.

De acuerdo con este planteamiento, el comercio internacional no era un simple intercambio de bienes sino que reflejaba una relación muchísimo más compleja – en último término de poder: la concentración de los beneficios

del comercio apuntalaba las estructuras jerárquicas de la economía mundial.

El primer corolario de esta crítica estructuralista era evidente: si entregadas a sí mismas las fuerzas de mercado internacionales reproducían la desigualdad, los que necesitaban los países de la periferia era un Estado activo que se ocupara de las relaciones de poder asimétricas a través de las regiones de la economía mundial y entre ellas – por así decirlo para “aplanar el campo de juego”.

Se debilitaba así el principio tradicional de que en el futuro los países agrícolas podían si seguían siendo productores de productos básicos. Otro corolario del Manifiesto de La Habana, esto es, que el sistema internacional asimétrico existente daba lugar a crisis periódicas y no producía equilibrio, fortalecía la importancia de un Estado activista: los propios países de América Latina tenían que desarrollar la capacidad necesaria para aplicar políticas anticíclicas eficaces.

El Manifiesto Prebisch fue un documento muy polémico y su importancia fue captada de inmediato por los gobiernos del hemisferio norte, por países en desarrollo como la India y por las instituciones financieras internacionales.

Economistas como Jacob Viner, de la Universidad de Princeton, reaccionaron con indignación y sostuvieron que era una peligrosa amalgama de conjeturas históricas no demostradas e hipótesis simplistas. No comprendieron su verdadero sentido.

El salto cognitivo ofrecido por Prebisch fue permanente, constituyó uno de esos raros planteamientos teóricos que cambiaron para siempre la ciencia y le significó a su autor ser reconocido como uno de los principales economistas estudiosos del desarrollo. Para espanto de los fundamentalistas del libre mercado, la teoría clásica tenía ahora competencia: su absolutismo era puesto en entredicho por un ex funcionario de banco central no marxista digno de crédito. Las capitales occidentales y los organismos internacionales comprendieron de inmediato que ahora existía un vocabulario alternativo que abordaba las relaciones de poder en el sistema internacional y exigía que tanto los productores industriales como los de materias primas compartieran responsabilidades en el desarrollo internacional. La conmoción fue palpable.

La creación de América Latina

En La Habana, Prebisch había lanzado a la región un reto osado y preciso. Las Naciones Unidas lo contrataron de inmediato como director de hecho de la CEPAL y al cabo de un año fue nombrado Secretario Ejecutivo. El entusiasmo de Prebisch era contagioso. En 1951 la organización fue confirmada como comisión regional permanente de las Naciones Unidas y en los años siguientes de éxito la convirtió en el centro de investigación más dinámico de las Américas. Para economistas como Sir Hans Singer, Santiago bajo Prebisch solo podía compararse con el grupo de Cambridge de Keynes en los años treinta, como centro similar de entusiasmo y creatividad.

Al igual que Keynes en el decenio de 1930, la CEPAL de Prebisch atrajo el interés de jóvenes economistas cansados de ideas y políticas venidas de otros; al igual que Keynes, Prebisch pudo regodearse y elegir entre los mejores intelectos, como Celso Furtado, Víctor Urquidí y Aníbal Pinto, y el hecho de que economistas de toda América Latina trabajaran juntos por una causa común hacía que Santiago resultara más atractivo e importante.

Desde un comienzo, la CEPAL tuvo importantes tareas regionales que realizar. Como comisión regional de las Naciones Unidas respondía ante los gobiernos – no solo de América Latina sino de los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y los Países Bajos. No todos los gobiernos de América Latina siguieron sus consejos sobre política económica pero respaldaron a Prebisch como una voz de auténtica y creadora de la región.

A comienzos de los años cincuenta la mayoría de los países carecía de la infraestructura de conocimientos requerida por el desarrollo: estadísticas confiables, estudios básicos sobre los países, capacidad de planificación, investigación y desarrollo y toda clase de asistencia técnica.

Otro aspecto al que había que prestar atención en forma urgente era la capacitación y a partir de 1951 se ofrecieron cursos especiales para jóvenes economistas y planificadores de toda América Latina. El Estudio Económico de América Latina, que se publicaba todos los años, se convirtió en éxito de ventas. Hacia fines del decenio de 1950 se había avanzado mucho: en la mayoría si no en todos los países la capacidad había aumentado bastante y la CEPAL se había establecido como principal proveedora de los servicios técnicos esenciales para el desarrollo.

América Latina era una región en espera de ser creada. El Manifiesto de La Habana inició en Santiago un período sin precedentes de investigación teórica y aplicada sobre el desarrollo económico y el liderazgo de Prebisch en la CEPAL demostró ser tan eficaz como lo había sido en el Banco Central de Argentina. Formó un equipo extraordinario que se sintió especialmente afortunado de haber sido elegido para trabajar –por lo general hasta el agotamiento- para el “gran cismático”. Defendía a sus funcionarios con firmeza implacable; su carisma, lealtad y entrega inalterables infundía energía a sus seguidores. Solía decir “soy objetivo, pero nunca neutral”.

Bajo la dirección de Prebisch la CEPAL desarrolló una teoría del desarrollo económico para América Latina distinta de los modelos estadounidense, soviético o de Europa occidental, sólidamente basada en las condiciones económicas de comienzos de los años cincuenta. Siempre se cuidó de asegurar que los puntos de vista antagónicos sobre los mercados y el Estado se discutieran y que los resultados del debate se demostraran empíricamente. La industrialización basada en la sustitución de importaciones, como fue conocido el modelo, permitiría que durante treinta años la región registrara un crecimiento de 5.2% al año.

A medida que avanzó el decenio la idea central de la CEPAL fue evolucionando.

El foco de atención en la región estaba implícitamente contenido en la creación, estructura, gestión y selección del personal así como en su trabajo teórico, estudios sectoriales transfronterizos y promoción de las asociaciones de productores a escala continental. Pero en 1956, cuando Prebisch regresó de su poco afortunado año en Argentina como asesor económico especial del presidente, la integración del comercio regional pasó a ser el tema principal del programa. Su ambicioso esfuerzo por crear un Mercado Común Latinoamericano fue infructuoso y culminó en el más modesto Tratado de Montevideo (1960) que creó la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC). Sin embargo, sentó un precedente y hasta hoy el desafío de fortalecer la región dentro de la economía mundial sigue siendo una prioridad. Pocos conceptos están tan íntimamente vinculados con Raúl Prebisch como la integración que, a su juicio, se extiende más allá del comercio e incluye los aspectos sociales y políticos del desarrollo. En rigor, los primeros trabajos de la CEPAL sobre política social y desarrollo que dirigió abrieron nuevos derroteros. La magnitud de los logros de Prebisch en la CEPAL difícilmente podrá exagerarse. La Comisión era ahora una voz permanente y apreciada en la región que prácticamente había creado.

Para sus seguidores, Prebisch era el Keynes de América Latina; con los Estados Unidos intelectualmente paralizado por la histeria del macarthismo y la Guerra Fría, en el sistema interamericano la CEPAL parecía ser un faro de racionalidad en el proceso de desarrollo.

Sin embargo, no todo el mundo apreciaba a Prebisch. En especial a comienzos del decenio de 1950 sus relaciones con Washington fueron tormentosas: lo consideraban un proteccionista a ultranza, cuyas ideas estaban arruinando a América Latina. La verdad es que el estructuralismo de Prebisch ponía abiertamente en tela de juicio los supuestos principales que suscribía a la sazón el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos.

En 1951, después de que la CEPAL fue confirmada como organismo permanente continuaron mirándola con desdén y desconfianza y sus pasos eran seguidos de cerca.

La CEPAL planteaba una manera nueva de abordar las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina basada en el desarrollo y en intereses mutuos de largo plazo: un banco interamericano de desarrollo, cooperación financiera, estabilización de los precios de los productos básicos y apoyo a la integración regional de América Latina. Ninguna de estas propuestas era inmoderada; en su mayoría habían sido respaldadas por Washington durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos necesitó del apoyo de América Latina, pero después de 1945 postergó indefinidamente su puesta en práctica.

Para apaciguar a Washington Prebisch llegó al extremo de sustituir el término más socialista de “planificación” por el de “programación”. En general, fue el típico “moderado incomprendido”. En la CEPAL se ocupó del peligro de inflación y puso de relieve hasta donde podía llegar la industrialización dirigida por el Estado en la substitución de importaciones.

Teóricamente, en las capitales occidentales las ideas de Prebisch sobre los mercados y el Estado en la economía no eran objeto de crítica.

Durante sus años en el banco central había desarrollado el concepto del “Estado sagaz”, que definió como “un sector público pequeño pero fuerte, capaz de brindar orientaciones generales para el desarrollo nacional y también de alentar al sector privado, en lugar de sofocar su dinamismo”. Pero en la práctica, su pragmatismo era irrelevante – desde un comienzo sus críticos lo acusaron de ser un izquierdista peligroso y en Washington quedó grabada su imagen como proteccionista a ultranza.

Las cosas cambiaron de súbito con la elección de John F. Kennedy. Cuando anunció su Alianza para el Progreso, el 13 de marzo de 1961, un amplio Plan decenal nuevo para las Américas, orientado a transformar los años sesenta en un decenio histórico de progreso democrático, Prebisch ya no era mirado con recelo. Las amenazas a la seguridad, el éxito soviético con el lanzamiento al espacio del Sputnik el 4 de octubre de 1957, la violencia con que había sido recibido el presidente Nixon en las capitales

latinoamericanas en abril-mayo de 1958 y la revolución cubana del 1 de enero de 1959 habían causado conmoción en Washington. Se temía que vinieran más Cubas; el abandono en que los Estados Unidos habían dejado a América Latina tenía que cambiar. Rechazado como el enfant terrible de Washington, Prebisch se encontró ahora con que lo consideraban uno de los inventores de la Alianza y fue invitado a la capital de los Estados Unidos para que cooperara en la puesta en marcha del nuevo plan decenal. Es más, cuando anunció la Alianza para el Progreso, el presidente Kennedy le hizo el honor de incorporar integralmente la doctrina de la CEPAL. Prebisch aceptó la invitación y contribuyó a crear un mecanismo especial - un Grupo de Expertos compuesto de nueve distinguidos especialistas independientes – para evaluar los planes nacionales de desarrollo que debían presentar los gobiernos

latinoamericanos a los Estados Unidos para obtener su financiamiento. En septiembre se trasladó a Washington como coordinador del Grupo, para realizar una novedosa experiencia sobre las condiciones del desarrollo. Sería el empleo más breve de su vida. Resultó que el Grupo de Expertos carecía por completo de influencia o facultades ejecutivas y los gobiernos siguieron como siempre haciendo las cosas a su manera. La Alianza para el Progreso naufragaba y el 13 de junio de 1962 Prebisch presentó su renuncia.

Las funciones directivas de Prebisch en la CEPAL se aproximaban a su fin. Durante un tiempo y con el apoyo de altos funcionarios de las Naciones Unidas, había estado acariciando la idea de crear el Instituto Latinoamericano y del Caribe de Planificación Económica y Social (ILPES), organismo de investigación y formación independiente dirigido por él pero dotado de mayor autonomía que la CEPAL de los gobiernos de América Latina y los Estados Unidos. En 1962 el concepto, la estructura y el financiamiento estaban a punto y cuando Prebisch renunció a la Alianza para el Progreso, las Naciones Unidas aprobaron oficialmente su nombramiento como Director del Instituto, que funcionaría en la nueva sede de la CEPAL en Santiago. Sin embargo, antes de que pudiera dedicarse plenamente a su labor

allí, se le presentó la oportunidad de replantear a escala mundial su visión sobre el desarrollo.

La estrategia global

En materia de innovación, Prebisch aplicó una estrategia similar tanto en el Banco Central de Argentina como en la CEPAL – buscar un “momento histórico” en que un concepto nuevo pudiera transformar una organización en una corriente de pensamiento. El núcleo de la concepción de Prebisch era la poderosa tríada teoría, mecanismos y política, que vinculaba una idea con un mecanismo institucional para sustentar un diálogo racional y generar una política nueva. En ambos logró su objetivo y su carisma atrajo a economistas talentosos que lo ayudaron a dar forma a la nueva percepción y a ponerla en práctica.

En 1963 se produjo inesperadamente una nueva oportunidad para que Prebisch aplicara su modelo de innovación, esta vez a escala internacional. El Secretario General de las Naciones Unidas, U Thant, lo invitó a ponerse a la cabeza de una importante iniciativa por la cual los países en desarrollo habían estado bregando durante años.

La Asamblea General había aprobado finalmente la realización de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo que se celebraría en Ginebra a comienzos de 1964. Pero era una empresa de enormes proporciones cuyos resultados eran inciertos. En las Naciones Unidas el comercio internacional había pasado a ser uno de los temas más delicados – todos los gobiernos estarían de acuerdo al menos en esto. Era la consabida “papa caliente”; hacia donde conduciría una conferencia internacional de esta naturaleza –aunque fuese la más grande de la historia – era harina de otro costal.

Los obstáculos eran gigantescos y Prebisch no fue el único que se percató desde un comienzo de que había grandes posibilidades de que fracasara. Los países desarrollados apoyaban fuertemente el sistema existente, apuntalado en su foro negociador, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) y creían innecesario aumentar la burocracia de las Naciones Unidas. Por su parte, los países en desarrollo ponían en dudar la imparcialidad del sistema, sosteniendo que las prácticas del GATT favorecían a los

países desarrollados a sus expensas e insistían en que la nueva UNCTAD debería convertirse en un órgano permanente y eficiente que respaldara sus intereses dentro de un sistema internacional más armónico. El GATT representaba el orden establecido de los poderosos; los países en desarrollo eran débiles y carecían tanto de estrategia como de organización.

Para Prebisch el reto fue irresistible y lo que estaba en juego demasiado importante como para rechazarlo. La semejanza entre construir la región en América Latina cuando asumió el control de la CEPAL y enfrentar este desafío era curiosa: la CEPAL había abierto el camino. La UNCTAD le brindaba la oportunidad de ampliar su concepto de diálogo norte-sur al ámbito mundial y formar una organización nueva, tal como había hecho de la CEPAL una institución regional eficiente. Bajo su dirección, la UNCTAD podía convertirse en una versión a escala mundial de la CEPAL en su diagnóstico de desigualdad estructural y transformación global. Teóricamente, la UNCTAD se basó en los conceptos de la CEPAL de intercambio desigual y asimetría de las relaciones norte-sur y amplió sus alcances: era ni más ni menos que una posibilidad, por leve que fuera en la práctica, de crear una “alianza para el progreso” que abarcara todo el mundo. Así como América Latina había apoyado la creación de la CEPAL, en el caso de la UNCTAD quienes respaldaron a Prebisch

fueron los países de Asia, África y América Latina. En diciembre de 1962 setenta y siete de ellos votaron a favor de la resolución de las Naciones Unidas que la creaba y otros se sumaban a sus filas. Se comprometieron a cooperar en la construcción de un nuevo orden mundial y su número parecía imponente. Sin embargo, por debajo de la solidaridad retórica, por valiosa que fuere, las diferencias entre ellos eran mucho más profundas que entre los países industrializados: tamaño, cultura, grado de desarrollo, intereses relacionados con al seguridad, rivalidades históricas, ideología política, y así sucesivamente. Necesitaban un mecanismo que aumentara su poder de negociación colectivo y en 1963 Prebisch logró reunirlos en el Grupo de los 77, proporcionándoles identidad y un sistema de negociación colectiva dentro de la UNCTAD. Al parecer, surgía una oportunidad histórica de

innovación institucional que tenía el atractivo de poder llegar a ser un contrapeso del enfoque geocéntrico de los países de la OCDE.

Cuando en 1964 se realizó finalmente la Conferencia en Ginebra y dio origen a un importante nuevo órgano permanente de las Naciones Unidas por el cual el Grupo de los 77 había batallado durante años, el optimismo inicial se convirtió en la convicción de que era posible que surgiera un sistema de comercio y desarrollo más equitativo.

Para Prebisch, el éxito de la UNCTAD dependía de que se incluyera como foro negociador dentro del programa mundial de comercio internacional. Lo más probable es que los países desarrollados en su conjunto se resistieran, pero al principio también habían rechazado la idea de que la UNCTAD fuera un órgano permanente. Después cambiaron de opinión y Prebisch estaba convencido de que al menos algunos líderes del hemisferio norte comprenderían lo mucho que estaba en juego – la seguridad mutua y los beneficios económicos de un mundo más justo y en que reinara la paz. Instó a los países ricos y a los países pobres a conducir la globalización – a mirarla como un proceso que debe ser resultado del trabajo conjunto de países desarrollados y en desarrollo. Solo podría llegarse a acuerdos

internacionales si el norte y el sur trabajaban de consumo. Se esforzó por que se adoptaran medidas pragmáticas e insistió en la “disciplina del desarrollo”, los “intereses convergentes” y las “responsabilidades recíprocas”.

En la segunda Conferencia de la UNCTAD, que tuvo lugar en Nueva Delhi en 1968, Prebisch propuso una estrategia global para apuntalar una reforma fundamental de la gobernabilidad mundial orientada a lograr equidad y justicia en las relaciones norte-sur. Para lograr el éxito ambas partes, países ricos y pobres tendrían que transigir: los países ricos deberían realizar concesiones comerciales y proporcionar asistencia para el desarrollo, pero solo a cambio de reformas internas en los países receptores para que la asistencia fuera efectiva. Sabía que los países desarrollados impondrían condiciones, pero instó a los países en desarrollo a que aceptaran las condiciones siempre que ellas fueran razonables y equitativas como se había previsto originalmente en la Alianza para el Progreso de Kennedy. Sostuvo que era preciso mantener cierto equilibrio, pero a todos los países les interesaba tanto la estabilidad y la equidad a largo plazo que eventualmente ambas partes ratificarían sus respectivos compromisos y responsabilidades.

Dentro de las Naciones Unidas, el único que como él fue capaz de proyectar una visión que fuera atractiva y coherente para la comunidad mundial fue Dag Hammarskjôld y para encontrar nuevas fuentes de apoyo Prebisch recurrió a sus condiciones de liderazgo. Al igual que lo había hecho en sus primeros años en la CEPAL, atrajo hacia la nueva secretaría en Ginebra a destacados economistas de todo el mundo –Gunnar Myrdal, Hans Singer, Sydney Dell, Wladek Malinowski, Jan Tinbergen y muchos otros. Unidos en torno a una ética común de desarrollo, entre 1964 y 1968 la UNCTAD libró una ardua batalla en pro de la equidad mundial.

El problema con que tropezó Prebisch en la UNCTAD fue simple pero fundamental: carecía de poder. La UNCTAD fue creada para repensar y replantear las reglas del juego del comercio internacional. Su secretaría permanente de Ginebra encabezó la campaña en pro de un orden económico mundial basado en relaciones de poder menos desiguales; tenía el compromiso, las ideas y la estrategia para que una percepción duradera del cambio reapareciera más tarde en

los principios y contenido del Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI) – la cause célèbre de los años setenta – o en el discurso contemporáneo sobre la “civilización globalizadota” de la Declaración del Milenio de las Naciones Unidas (2000). Y entre los fracasos hubo también éxitos – por ejemplo, el Sistema Generalizado de Preferencias (SGP). Sus amigos sostuvieron que no podía pretenderse que la UNCTAD lograra algo más que cambios graduales.

Pero a Prebisch no le bastaba con esto: el quería y exigía más – que la UNCTAD desempeñara un papel negociador – pero no pudo obtener que los gobiernos, fuesen de la Organización de Cooperación y Desarrollo Ecoómicos (OCDE) o del Grupo de los 77, lo aceptaran. La guerra de Vietnam consumió las energías de Washington y en medio del agotamiento general el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) se retractaron. Tal como había fracasado la Alianza para el Progreso de Kennedy, la estrategia global se adelantó a su tiempo. Al no lograr que la conferencia de la UNCTAD en Nueva Delhi estuviera a la altura

de sus expectativas, Prebisch anunció su renuncia a un conmovido personal. Abandonaría Ginebra tras haber recorrido 700 mil millas en avión difundiendo sus convicciones.

El regreso de Prebisch

Prebisch no abandonó Ginebra en 1968 para descansar: durante sus años en la UNCTAD su afecto por América Latina no había disminuido y a su regreso redobló su compromiso. La oposición política impedía que se trasladara a Buenos Aires y optó por instalarse en Washington, se casó con Eliana Díaz y recuperó la dirección del ILPES, que había creado en 1961 y que tenía urgente necesidad de renovarse puesto que había languidecido durante su ausencia.

Las Américas se encontraban en una encrucijada; de norte a sur América atravesaba por un período turbulento de desórdenes, violencia, terrorismo y golpes militares, en que el crecimiento económico era desalentador y las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina bajo el recién elegido presidente Nixon difíciles. Prebisch se sintió impelido a abordar estos retos más inmediatos al mismo tiempo que dirigir el ILPES y aceptó presidir una nueva Comisión sobre el desarrollo de América Latina para el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

El informe que debía preparar, Transformación y Desarrollo: la gran tarea de América Latina, programado para 1970, sería una gran responsabilidad. Pero no le bastó con esto: también fue nombrado Asesor Principal para las Naciones Unidas y la CEPAL, lo cual sumó a sus actividades una serie de misiones especiales, viajes y conferencias. Este exceso de responsabilidades conduciría inevitablemente a frustraciones, agotamiento y desánimo frente a catástrofes como el golpe militar chileno del 11 de septiembre de 1973.

El informe de Prebisch para el BID se destaca como su principal contribución teórica durante este difícil período. Al apartarse del modelo de substitución de importaciones de los primeros años de la CEPAL, su llamamiento a un crecimiento económico acelerado para atajar la violencia y los conflictos sociales constituyó un capítulo nuevo. A su juicio, la crisis actual se debía al agotamiento del desarrollo hacia adentro. Por el contrario, el inicio de la “insuficiencia dinámica” dejaba a América Latina a la zaga de economías asiáticas como la República de Corea. Para generar un crecimiento de 8% se requería una nueva estrategia racional -que evitara el proteccionismo excesivo, promoviera el aumento de la productividad y estimulara la inversión extranjera y las reformas internas.

Prebisch sostenía que los gobiernos de América Latina debían comenzar por resolver sus propias fallas y solo entonces ocuparse de aquellas de los demás y del sistema internacional. Insistió en que se requerían transformaciones profundas de la estructura económica y social y del modo de enfrentar el proceso de desarrollo. Sostenía que a menos que se realizaran estas grandes transformaciones, lo más probable era que fracasara incluso la mejor politica de cooperación internacional. Si, como a menudo se dice, los países desarrollados deben tener la voluntad política de cooperar, los países en desarrollo también tienen que tener la voluntad política de realizar reformas estructurales en sus sociedades.

Por ejemplo, la República de Corea había aplicado la doctrina de la CEPAL con más éxito que los propios países de América Latina fortaleciendo el papel del Estado y estableciendo una estructura social más equitativa. En consecuencia, para recuperar el dinamismo América Latina necesitaba reformas estructurales: movilidad social y educación, reforma agraria, redistribución del ingreso a partir de las clases altas y sobre todo disciplina para el desarrollo – gobiernos honestos que movilizaran el apoyo a estrategias de desarrollo racionales a fin de prevenir a la vez el populismo y las economías de corte socialista.

Prebisch ya había insistido en algunos de estos puntos en 1956, cuando advirtió sobre los excesos de las políticas proteccionistas de Perón y criticó el clientelismo. A partir de 1959, comenzó a prestar mayor atención a los obstáculos sociopolíticos que se interponían al desarrollo en América Latina. En su estudio de 1961 Hacia una dinámica del desarrollo latinoamericano había variado bastante de criterio. Ahora hablaba de los puntos débiles de la región (estructuras feudales, desigualdades en la distribución del ingreso y falta de un verdadero compromiso con la planificación y la disciplina económicas) iba mucho más allá de los primeros diagnósticos de la CEPAL y en el discurso con que se despidió de ella en Mar del Plata, en 1963, insistió nuevamente en estos problemas.

La UNCTAD aumentó su convicción de que fácilmente podía hacerse mal uso de la substitución de importaciones: a menos que hubiese un “Estado sagaz”, era una espada de doble filo y una fórmula para el estancamiento. La innovación de su documento Transformación y desarrollo: la gran tarea de América Latina consistió en que reunió sus observaciones críticas anteriores en un solo análisis sistemático vinculando expresamente reformas económicas, transformación social y desarrollo en América Latina. Fue un valeroso quiebre con su doctrina pasada y un despliegue notable de autocrítica.

En 1975 Prebisch había cumplido con sus últimos compromisos oficiales y era libre para iniciar un último y rico período de realizaciones. Apoyado por su familia y rodeado de un enorme círculo de amistades en todos los continentes recorrió el mundo dando conferencias y recibiendo numerosos honores y recompensas a que lo había hecho merecedor su prestigio. Sin embargo, trabajó afanosamente en aquello que más amaba: las ideas nuevas y el diálogo en permanente expansión sobre el cambio y el desarrollo.

La publicación estrella en este debate fue la Revista de la CEPAL, que había sido su última creación en 1976 y de la que sería editor hasta su muerte en 1986. La revista fue su coronación, el capítulo final de una búsqueda que se remontaba a sus años de universidad de crear y fortalecer los centros de investigación latinoamericanos. De principio a fin insistió en que la región debía conservar su autonomía intelectual en materia de política de desarrollo y garantizar que la investigación aplicada reflejara las realidades específicas de América Latina. Ahora la propia CEPAL estaba empeñada en comprender a una región alterada por el desorden interno y conmociones externas como el embargo de petróleo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (octubre de 1973 a marzo de 1974). La Revista de la

CEPAL se convirtió en plataforma fundamental de esta renovación teórica y la oficina de Prebisch, cercana a la del Secretario Ejecutivo, fue el símbolo de confianza y continuidad de los años dorados. El pensamiento de Prebisch nunca había dejado de evolucionar, desde la ortodoxia liberal de sus primeros años pasando por la Gran Depresión, el Manifiesto de La Habana y la CEPAL, a la UNCTAD y su obra Transformación y desarrollo: la gran tarea de América Latina. En sus últimos años como visionario de la región esta expansión intelectual se mantuvo. En los años setenta intensificó su crítica al “capitalismo imitativo” de América Latina, ampliando sostenidamente su concepción de la economía como disciplina que incluye la transformación social, los cambios institucionales y el medio ambiente.

Entre 1976 y 1980 Prebisch respaldó el programa de derechos humanos del presidente Carter y no tuvo mucha paciencia con los expertos que en esos años aclamaban a América Latina como la “región del futuro”. Sostuvo que en realidad la bonanza de los productos básicos y del crédito en la región ocultaba deudas insostenibles, clientelismo y abultamiento del Estado. Sabía que las cosas terminarían mal. Pero el triunfalismo neoliberal de la revolución de Reagan lo desalentó aún más.

A su juicio, las convicciones utópicas sobre la autorregulación de los mercados o el Estado eran más un problema que una solución, eran peligrosamente simplistas, y predijo con igual perspicacia que esta novísima moda internacional culminaría en “la segunda gran crisis del capitalismo”. Prebisch fue un gran economista intuitivo que había visto demasiado durante su vida como para ser víctima de simplificaciones ideológicas de derechas o de izquierdas. Recordó que el Quijote había dicho: “advertid, hermano Sancho, que esta aventura, y las a estas semejantes, no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas”.

Hacia un nuevo paradigma

La vida y obra de Prebisch han resistido el flujo y reflujo de las modas y se han puesto nuevamente a la vanguardia como impulso creador de un paradigma nuevo de desarrollo en América Latina. Conocer su vida y su obra enriquece la memoria regional e internacional. Con todo, es un hecho que Prebisch fue hombre de su tiempo y desde que falleció mucho ha cambiado. Actualmente, la mayoría de las políticas concretas que promovió en el siglo XX ya no son aplicables o bien, defensores y detractores las aceptan como verdades convencionales.

Sus metáforas más conocidas –centro y periferia, Estado sagaz, capitalismo progresista y compacto global son parte del discurso cotidiano y ya no despiertan pasión ni controversia. Pero hay aspectos de la vida y obra de Prebisch – por así decirlo, orientaciones básicas- que siguen teniendo validez y sirven de punto de partida para repensar el desarrollo y de modelo para concebir políticas nuevas para enfrentar esta nueva era de transformación global.

Si aceptamos que un paradigma nuevo exige una revisión fundamental de los supuestos actuales para concretar la concepción de Prebisch del desarrollo humano con crecimiento y equidad se requiere un planteamiento innovador que atraviese las fronteras disciplinarias. Como dijo poco antes de fallecer “debe buscarse una nueva racionalidad que no se base únicamente en objetivos económicos y sociales sino también en objetivos fundamentalmente éticos”.

En realidad, este comentario sobre la expansión de la disciplina sintetiza su trayectoria como economista desde el inicio hasta fines del siglo XX. Ante las complejidades del mundo actual “Prebisch seguramente hubiera aconsejado abrir un debate profundo para encontrar un nuevo paradigma apropiado para el futuro de América Latina – un debate sin ataduras, sin vacas sagradas que incluyera el cuestionamiento de su propio trabajo de las décadas previas, pero sin perder la convicción y la determinación inquebrantables de siempre”.

Prebisch fue un gigante en las ideas y en la acción, un ciudadano global clave del siglo XX. Teórico sobresaliente y poderoso e influyente líder, dejó una huella indeleble en Argentina, América Latina y las relaciones globales. “En lugar de durar hizo la historia”, fue una persona para quien no existía la palabra “no”, un líder que nunca dirigió provisto de poderes del Estado y cuyas únicas armas fueron su carisma, su capacidad de persuasión y el respeto por los demás.

Como fundador del estructuralismo combatió la economía tradicional con una escuela de pensamiento y práctica latinoamericanos distinta, basada en los conceptos de poder y equidad global. A la vez que pensador innovador consagró sus amplias dotes de mando al logro de resultados concretos, en especial a través de su labor transformadora en la CEPAL y la UNCTAD. Venerado por la multitud de aquellos cuyas vidas enriqueció, Prebisch es una de las figuras más grandes y perdurables de América Latina.

El Presidente Alfonsín invitó a Prebisch a que regresara a Argentina cuando se restableció la democracia para que lo ayudara a reconstruir la economía. En 1984, treinta y cinco años después de habar abandonado su amada ciudad, regresó finalmente a Buenos Aires – sueño por fin cumplido que cicatrizó una vieja herida. Al otro lado de los Andes, en Santiago, tenía a la CEPAL, institución a la que amó más que a ninguna otra. La unidad de su vida y su labor había terminado. Falleció el 19 de abril de 1986 al término de un día ordinario de trabajo en la Revista de la CEPAL.

Entrevista a Dosman

Historiador y profesor de la Universidad de Nueva York, Edgard Dosman, y autor de la biografia sobre uno de los principales nombres de la economía del siglo XX. Dosman evalúa los principales logros de Prebisch y su influencia en la economía mundial moderna. (2012 - 22:11)